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El cadáver de su bebé en el inodoro es lo único que recuerda antes de perder el conocimiento. Susana, quien prefiere mantener su apellido en anonimato, fue llevada a prisión el 28 de mayo del 2012 tras ser acusada de parricidio. Asesinó a su hijo mientras daba a luz.

 

Sentada en una de las cuatro camas de un pequeño  y oscuro cuarto que comparte con otras reclusas, ‘Mami’ como la apodan en el Centro de Rehabilitación Social de Mujeres de Quito, se limpia las lágrimas que caen por su rostro manchado de tierra y se abriga con un descocido saco de lana. Ella decide contar su historia.

 

 

 

 

PARRICIDIO EN EL INODORO

 

Adriana Márquez

Periodista

 

 

“Nunca pensé que las ganas de ir al baño eran porque iba a tener a mi bebé.  Yo solo sentía que me dolía la panza”, cuenta Susana mientras saca una carpeta del juicio que le cuesta los diez años de cárcel que aún paga. El asesinato ocurrió una tarde de mayo. Susana almorzaba en el hogar donde trabajaba, cuando frecuentes retorcijones la empezaron a perturbar. ‘Doña Cecilita’, la dueña de casa, observó la extrañaba reacción de Susana, el sudor frío, la palidez y el sufrimiento, y le preparó un té de orégano para calmarla. Susana se retiró al baño.

 

En la casa donde trabajaba Susana la trataban con aprecio y solidaridad, pues ‘Susi’ trabajó como empleada doméstica en ese lugar desde los 13 años cuando huyó de su casa. Actualmente tiene 19. Ella creció y se encariñó con aquella segunda familia, y ellos también con ella.

 

En el juicio contra Susana constan los testimonios de las personas que se encontraban presentes ese día. Además, fotos del asesinato a un ser humano ya formado de aproximadamente 23 centímetros de tamaño. Imagen y recuerdo que para cada uno de los testigos son tormentosos. En el escrito del juzgado, resaltan en color amarillo las últimas palabras de Susana antes de que llegara la ambulancia aquel martes de mayo: "No me di cuenta, ¡No me vean, no me vean!, ¡Váyanse!".

 

Lupe Barreno, policía asignada de fichar las visitas de Susana, parada en la puerta vigilando, fruncida y firme, pero con una voz enternecida, asegura que Susana es una mujer dulce y tímida. Para ella lo que hizo Susana fue por terror a su futuro y el de su hijo, pues ‘Susi’ le comentó que no se realizó antes un aborto, ya que no pudo conseguir pastillas en los primeros días, y no se acercó a una clínica donde realizan estos procedimientos pues las consideraba inseguras y peligrosas. "La pobre chica va a perder su vida, año tras año, fruto de su miedo y la falta de apoyo cuando tenía en sus manos el derecho a abortar”

 

Susana respira, traga saliva y continúa. “El momento que empecé a parir no me aguanté los gritos. Aplasté el cuerpo de mi bebe hasta ahogarlo y descuartizarlo. Sentí que rompí su cabecita al tratar de que se vaya con el agua", dice mientras se tapa la cara con una manta vieja limpiando sus lágrimas. Cuando los gritos de Susana se escucharon en toda la casa, ‘Doña Cecilita’ empujó y abrió desesperadamente la puerta del baño . Susana se levantó del inodoro sangrando y rompió en llanto.

 

El recuerdo de Susana y sus manos llenas de sangre, jalando la cadena del inodoro y empujando el cuerpo de un recién nacido es la fotografía mental que tienen Blanca Álvarez y Cecilia Morejón, dueñas de la casa donde se cometió el delito. Aún así, Álvarez y Morejón visitan a Susana todas las semanas pues le tienen un gran aprecio. Hoy decidieron llevarle roscones y yogurt.

 

Son las 14h00. Entran a la habitación dos de las otras reclutas que comparten el sitio. Una, paga su sentencia por tortura y asesinato a sangre fría. Otra, por envenenar a su marido. ‘Susi’ comparte con ellas su comida. Se recoge el cabello, se limpia el llanto, toma el trapeador y se retira a pagar la deuda de la frágil vida que quitó. Ella la llama, su condena.

 

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