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POSITIVO: EL RESULTADO QUE CAMBIÓ SU VIDA

 

Melissa Aguirre - 

Ma. Beatriz Padilla 

Periodistas

 

 

¿Alguna vez has sentido que tu corazón palpita tan rápido que parece salirse del cuerpo? Y luego de unos segundos te invade un escalofrío hormigueante que atraviesa cada centímetro de tu piel.

 

Pues eso fue justamente es lo que sentía Carla J. (nombre protegido) mientras sostenía en sus manos la prueba de embarazo que la condenó. Se miraba en el espejo pálida y sin palabras, mientras se formulaba en su cabeza cientos de preguntas. El reloj de su cuarto nunca había sonado tan fuerte. Para ella, era la primera vez que en realidad escuchaba el tic tac, pues cada minuto era crucial en ese momento.

 

 

 

 

 

 

Esa noche no comió, ni habló con nadie. Decidió hundirse en el silencio de su habitación. Nunca la noche había hecho tanto ruido. La idea de ser madre la aterraba. Era inevitable para ella recordar que hace 17 años su madre vivió exactamente la misma situación, de la cual ella era fruto. Siempre pensó que no quería repetir la misma historia. Con los ojos lagrimosos y la voz quebrada cuenta que “tenía tantos sentimientos encontrados, sabía que mi mamá no me negó la vida, pero también sabía que no  podía fallarles a mis papás de ese modo. Ellos no se lo merecían”.

 

Sin saber qué hacer o a quién acudir, pasaron los días. Carla tenía 17 años y su situación cada vez se complicaba más, pues Juan L. (nombre protegido), su antigua pareja, era mayor con cuatro años. Ante la ley esto es un delito y podría ser considerado violación, según se contempla en el nuevo Código Orgánico Integral Penal. Cuando Juan se enteró de la situación, obligó a Carla a hacerse una prueba de sangre. Fueron juntos a una clínica, pagaron esos ocho dólares, la enfermera tomó la prueba de sangre, pasaron veinte minutos. Para Carla, los más largos de su vida. El resultado: Positivo.

 

Carla había tomado una decisión. “No podía ser madre, mi única salida era abortar. No lo pensé más, sabía que no podía dar marcha atrás”, comenta. Juan, con un poco más de experiencia, supo que un aborto medicado, es decir, cuando una mujer ingiere dos pastillas y se introduce otras cuatro en su miembro sexual, era imposible por el tiempo de gestación. Así que, su única alternativa fue acudir a una clínica clandestina en la que se realizan abortos. Tomaron la decisión lo más rápido posible, no podían dejar pasar más tiempo. Llegaron al sitio: era un lugar frío y oscuro; las paredes y los pisos se distinguían viejos y en la parte de atrás, en el cuarto donde se practicaban los abortos se veía una espesa luz blanca. Los cuentos de terror en ese momento no estaban tan alejados de la realidad.

 

Carla entró al lugar, con su decisión firme. Una mujer de facciones toscas y voz masculina la atendió, le preguntó cuánto tiempo de retraso llevaba y le pidió el examen de sangre que se había realizado unos días antes. Ella se lo entregó. Todo su cuerpo temblaba. De los nervios sentía un profundo dolor en su vientre. Carla recuerda las palabras de la señora que la vio con mucho dolor, “nunca nadie había sido tan crudo al hablar de una vida, para esa señora era solo un pedazo de carne. No lo niego en ese momento dude... Quise dar marcha atrás, pero no pude”.

 

Parecía una rutina diaria. Entraba, te hacia desvestir, te ponían el conocido vestido azul y luego te recostabas en una camilla de obstetricia. Para todo esto Juan ya había pagado los $300 a su ayudante y aunque quiso pedir rebaja, en estos casos se trata de un solo precio.  La mujer comenzó a explicar rápidamente lo que iba a pasar, mientras Carla, aún tenía sus dudas, pues nunca había estado en un lugar tan desaseado como ese, y temía por su vida.

 

Acabando la explicación, inició el proceso. “Me pusieron una mascarilla que cubría toda mi nariz y mi boca mientras yo respiraba normalmente”. Pasaron los minutos y Carla perdió el conocimiento, dejó su vida en manos de aquella doctora a la que había visto por primera vez y de Juan, su expareja, quien se había marchado minutos después de que ella se quedara dormida. Luego de tres horas, el trabajo estaba hecho. Al despertarse Carla, se vio toda la bata manchada de sangre. Estaba mareada y se sentía muy adolorida, aunque no sabía si su dolor era por el proceso realizado o por lo que había hecho con su embarazo.

 

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